martes, 9 de junio de 2009

Enigmas, claridades, sombritudes

Pablo Mora



Nunca conoceremos lo desconocido. La última realidad nos será vedada. El uno exige el dos en orgiástica pasión. La forma es el color. El paisaje sólo existe en la naturaleza. La ruptura, si la hubiese, proviene siempre de alguna huella del camino. La coherencia, la común herencia. Lo dinámico, lo estático, plantean la distinción. Esto y más decía aquel hombre, convencido de que ciencia y técnica darían la mano al arte, de donde surgiría la nueva luz de los claros y las sombras por venir.
De aquel hombre, aquel artista, aquel sabio, aquel filósofo, no se supo el nombre, envuelto entre las luces y la lluvia, esfumado entre la noche. Convencido seguirá de que la mayor necedad es la de querer pintar un paisaje, con tantos con que a cada instante nos deleita la naturaleza. Una línea, tres, bastan para hallarle el alma a alguna tarde, el aroma a un asombro o el gemido, la pena, a una nube.
Entretanto, me pregunto ¿es preciso saber el nombre de los hombres? ¿O el mejor nombre, su palabra, sus sueños, sus tejidos, sus labranzas? Oír al hombre basta. Su nombre dejémoselo al viento. Simón pudo ser uno, uno más engarzado en la alambrada de la historia, mientras vibre su palabra en el camino.
De aquel pintor hablarán líneas, formas, articulaciones, andamiajes. Un cuadro llamaba al otro. Un asomo retaba al otro. Una línea seguía en las otras. Un color flotaba más allá del último horizonte. Mientras exponía la razón del arte, la sombra, el frenesí, su pintura a paso de hombre cabalgaba.
Línea a línea tejíanse los astros, brotaban los contornos, los perfiles, los relámpagos. Dibujo tras dibujo, íbamos de mar en mar descubriendo los frutos de la tierra tras el fuego cósmico. En regia fila las líneas, las planicies, hondonadas, muchedumbres; figuras, quiebres, caos, cosas. Isócrona geometría en onírica resonancia. Vestigios de insomnios, desfiles de enigmas, claridades, sombritudes. Luz, fuego, música interior. Génesis, memoria vegetal. El cuerpo del secreto, el cuerpo de la luz, el mundo de los símbolos; lo obscuro de las sombras, lo visible del misterio, los tejidos del alma; el claror del sueño, el fuego musical, el principio del encanto. Océano, musgo, rompeolas, eternidad. Vacío pleno de inminencias, intersticios. Temblores, filos y fisuras. Entrañas, crujientes hendiduras. Crecientes, pliegues milenarios. Archipiélagos, orilla pura, noche diluvial.
Nunca conoceremos lo desconocido. La última realidad nos será vedada. El uno exige el dos. En orgiástica pasión, el hombre deambula. El clamor del hombre, su alarido, su gozo eterno, su asombro inextinguible, el vino, el canto, el himno de la vida… itinerario, término, confín.

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