martes, 9 de junio de 2009

Miami, Puerta del Infierno

Pablo Mora


lasciate ogni speranza, voi ch’entrate
(Dante Alighieri - La Divina Commedia - Inferno - Canto III - vv. 1-9)




De recuerdo en recuerdo, martillando nuestras vidas, sombreando nuestro viaje, una locura delante de la arena. Lo sabe el agua, el mar, la lluvia, el horizonte espantado de mareas, calmando la furia de las horas, copulando sueños de gacela, arqueando el azul de los misterios, disfrutando del embrujo de una caribeña palma que deja filtrar sus jirones de sol entre Diarios de motocicleta. Notas de viaje por América latina del inolvidable Che. Compartiendo su travesía, lleno de amor, buscando su lugar en él, yendo hacia sí mismo en utopía creadora, en esplendente metanoia, convirtiendo sueños, ahondando en el espíritu del monte, olfateando todos los rincones, comulgando con la naturaleza y ese gran dolor en viaje, el hombre.
A pocas olas de la Cubanía, donde relampaguea la llamarada roja que en desencadenada furia deslumbra al mundo. De manos del enigmático silencio de Ciudad Doral, echando la primera ojeada al panorama que depara esta Puerta del Imperio, en nuestra invencible confianza de un sur que sueña, trama, espera, palpando el pulso de un imperio atroz y presuroso que a trochemoche hacia el desierto vuela. Laderando una de las tantas lagunas artificiales, dialogando con una docena de traviesos patos que se saben de memoria el despunte del sol por estos lares, con el vuelo permanente de naves que igual conocen los rostros amanecidos de hambre en las albadas del pobre, un poeta antiimperialista en el umbral de Norteamérica.
Miami, extensa planicie, lodo, fango en un principio, poblada, fundada por la cubana trashumancia, arroja serenidad a todo trance, sumisa paz, la misma que el hombre anhela, al orbe falta. Parte del histórico hormigón de una América dividida en tres, con su silencio acelerado, ofrenda al peregrino aliento y esperanza entre el supremo caos enseñoreado en un turbio mundo escandaloso, despiadado. Puerta Imperial, una ciudad de la que nadie en sí da razón, describe fehacientemente. No se llega a tener una clara idea de Miami si no es estando de veras de visita, no de compras solamente.
Encajada en la palmar Florida, una como colcha general de la globalización que se cierne sobre el orbe, donde el mar cobija todo sueño, toda arruga, todo asombro, todo mal y todo bien. Un recodo del Caribe, un instante del sol, testigo de los lamentos, los quejidos, las resonancias, los quebrantos, las llagaduras, los aullidos de los mares, de los hombres, de los sueños, tardanzas y pesares. Palma a la intemperie, donde la gota de petróleo se esconde a costa de todas las de sangre derramadas en desiertos, murallas, montañas, archipiélagos. Página abierta, hoja en limpio, para hospedar todos los caprichos del viento, todas las celadas del hombre, todas las potestades, todos los entretenimientos, todas las tiendas, las maldades, los ingenios. Para expresar la queja de la luna. Para saber del hombre, del hambre, la opulencia y la miseria.
Miami, donde toda droga tiene casa; todo sueño, albergue; donde un perrito, un pato, un alcatraz, un albatros, nos confirman que las alas de gigante impiden a los hombres caminar. Donde el poeta camina y hace de los pasos sueños y palabras; donde las cocuizas del alma alumbran las alpargatas de la noche; donde estar de paso no es lo que cuenta y sí las Uvas del Tiempo en una Navidad que al pobre nunca alcanza. Donde estar metido en los intríngulis de la técnica equivale a estar de espaldas al mar que todo sabe, amarra, alienta, ensancha.
¡Feliz la navidad del agua. La navidad en lluvia. La navidad en el barranco que tiempo no tiene para morir descalzo. La navidad laguna, la navidad dormida, la navidad garza, la navidad perdida, vagabunda, nocturna, entre la acera!
Miami, rama paseando entre la lluvia, negra esplendorosa, gringa somnolienta, india escarbando su cartera, grito, alarido, resabio del Caribe. Una carta de Hemingway. “El viejo y el mar”. La siesta eterna de unos gatos. Seis dedos por la tarde en la escalera negra. Un centavo en el suelo. Unos sirvientes. Un urinario. Una tinaja. Una columna verde. La primera guerra mundial dentro de un mueble chino. El Che mirando de reojo. Una balsa, una brazada, un hito, un tango, un mambo, una y otra queja, mil, trescientas mil señas, una risa equivocada. Una, dos, tres, vulvas distraídas. Diana Lane. Un postigo. Quinientas mil olas de paciencia.
Una novela que merece el Premio Nobel. Toda la verdad de la mentira. Un cuento de Pinocho o de la misma caperucita roja y el lobo, síndrome del miedo o la alegría. Un fantasma, una hipótesis de 60 lugares oscuros que conforman el eje del bien/mal. Una cartilla de Noam Chomsky con el objetivo de alfabetizar el tiempo, las mentes detenidas. Una empanada, un arepazo, una cocada, una rubiera, un paraíso de bondad y bienestar. ¡Una muñequita de cuerda! ¡Una ardilla! ¡Una apuesta! ¡Un casino a la intemperie!
Donde estás más loco de lo que puedes. Donde nos sentimos grandes plagiadores en la misma horrorosa máquina de teclear. Donde, en una camisa de fuerza, a los cuatro vientos gritas que estás perdiendo el juego del verdadero ping pong del abismo: peregrinaje a una cruz en el vacío junto a la antigua y nueva que apenas si refulge pectoral en la lascivia fundante, primigenia. Donde acusas tu locura y evalúas la revolución socialista a contracorriente o sueñas con dejarla tendida en el oleaje del camino. Donde abres los cielos de Walt Disney y resucitas a tu Jesús humano y viviente entre la sobrehumana tristumbre en harapos, en tormenta, en dura verga. Donde debe haber veinticinco mil y más camaradas locos, juntos, trasnochados, cantando las estrofas finales de La Internacional o entonando el Bella Ciao en algún puente de Fort Lauderdale.
Donde abrazamos y besamos a los Estados Unidos bajo nuestras sábanas chinas: los Estados Unidos que espantan, que tosen toda la noche y no nos dejan dormir como le pasaba al Che. En el Doral, digo, donde despertamos electrificados del coma por el rugir de los aeroplanos de nuestras propias almas, sobre el tejado. Ellos han venido para lanzar bombas angelicales. El hospital se ilumina a sí mismo... el loco sigue... el tanque sigue... la deuda sigue... la pesadilla... el hambre cierta, antigua y nueva... el absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos capitales… la deuda eterna… la bala con la que mataron al poeta... pero no podrán: porque esa bala, es el corazón del Hombre. Dios se mudo a Miami en estos días mientras un poeta cuenta sus pasos en la acera; en tanto el sol parece ciego.
¿Y que hace un poeta revolucionario en Miami más loco de lo que puede con horrorosa máquina de teclear, sin acentos y sin la decimoséptima letra del abecedario español, recordando a los poetas, a los buenos amigos, leyendo el EUREKA de Edgar Allan Poe, traducido por Cortázar y reconfortándose con la sonrisa de un abrazo navideño?
Agita pañuelos y barcos sedientos de la patria que consigo baila, lleva. Busca la suma, el borde de la copa donde el vino es también la luna y el espejo: esa línea que hace temblar a un hombre ante la añoranza de su suelo, su país, tirado abajo del mar, coronado de soles y neblinas, sombra de la guerra, lleno de vientos, puteando y puteando, quemado a fuego lento, triste en lo más hondo del grito, golpeado en lo mejor de la sonrisa, grifo en la hora de la autopsia, entre la sangrienta demencia que de antiguo atenta con la tribu, con el águila rapaz y su avaricia loca al acecho, toda espumeante de historia, tragedias y misterios, exhalando el vaho putrefacto de los siglos, sorbiendo la polvareda de las necias apetencias, alcantarilla de los grandes asesinos en el desesperado descuartizamiento de los siglos, en el despellejamiento abismal de las brechas, trojes o caminos.
Lo busca en las largas, confusas llanuras, serranías, en las que levanta, amasa y cuece el hombre su pan escaso, esparcido por el viento, rastreando la pulpa ausente de los frutos idos. Lo palpa entre las babeantes, incompletas verdades, vertiendo su estiércol, retrasando nuestra marcha hacia el pan de cada día. País despierto que grita; país resuelto que espera; país de sol y de nieve; país de siembra y cosecha; país de pulso y fuego; de barranco, lumbre y gloria; de palabra, pueblo y pólvora; de béisbol, ringside, furia y sampablera.
Desde esta Puerta del Infierno, soñándolo despierto, entre la noche de la guerra, del hambre y de la lluvia, alzándolo en los brazos, ofreciéndolo a la vida, a punta de herejías, fabricándolo, llevándolo hasta la eternidad de un beso victorioso, sin revés, sin vuelta y sin derecho, de lejos y amargado y de sombra y de noche, insomne.

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