martes, 9 de junio de 2009

Eugenio Montejo: "melodioso ajedrez"

Pablo Mora




Nacido en Caracas en 1938, fallecido el 6 de junio de 2008, Eugenio Montejo, cofundador de importantes publicaciones, entre ellas “Poesía”, reivindica para la lírica latinoamericana la abolición de las fronteras políticas: pues pertenecemos más a nuestra época que a nuestro país, hay familias poéticas, identidades verbales que no siempre coinciden con las demarcaciones geográficas. Para Guillermo Sucre: “La poesía de Montejo se ha caracterizado por el espesor y la rica gama textual, aun por la recreación naturalista y mítica. Además de la pasión constructiva y el casi perfecto control del desarrollo del poema, que excluye lo divagatorio y deshilvanado. Cualquier poema suyo parte de un punto y vuelve a él, pero para enriquecerlo, para dejarnos ver la amplitud de su recorrido y las sucesivas relaciones que va generando. Es, además, de los pocos poetas hispanoamericanos de hoy que tienen un sentido tan exigente de las formas verbales, su pasión constructiva.” Para Francisco Rivera: “Añoranza del sol, del aire, del caballo, la vuelta a la tierra de Montejo, poeta de tensiones en busca de equilibrio, poeta de lo actual que viene de tiempos muy remotos y que a esos tiempos quiere regresar, está marcada por la conciencia de lo pasajero.”
La suya es una poesía de la conciencia de lo efímero, de la desposesión, de la nostalgia de un pasado personal que lo lleva a la búsqueda de sus primeras fuentes. El despojo y la errancia; el regreso y la permanencia; la trashumancia, la terredad, son símbolos constantes que evocan su primigenio peregrinar cósmico-familiar. Poesía intimista-universal, exalta los sueños del orbe a partir de la caótica quejumbre humana. Nos insiste en volver a los dioses profundos; en deletrear el áspero silencio en la inmediatez y la trascendencia, en la soledad del horizonte, en el silencio redondo de la tierra, en el sonido forestal del mundo, en el rumor de alguna vieja caracola, en el canto de un gallo muerto en otro siglo, en el alumbraje, la resilencia o la “nostalgia cósmica”.
“La definición que damos de la poesía —sostuvo— suele cambiar a lo largo de los años. Hoy tiendo a decir, quizá privilegiando su rasgo de diálogo con el enigma, que se trata de un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario. Me doy cuenta ahora, sin embargo, de que en el juego de ajedrez se procura a toda costa ser ganador. En este otro ajedrez que menciono nada se desea ganar ni perder, y tal vez por ello resulte tan atractivo.”
Dentro de las figuras emblemáticas de Montejo: los árboles, las lámparas, las cigarras, los pájaros, la terredad, cobra primacía la del “gallo”, el que a modo de ritornello musicaliza toda su obra. Así como al amor lo hilvana permanentemente con el cosmos, el gallo luminosamente signa la inmediatez, la trascendencia, el alumbraje. Es como si a cada instante asistiera y asistiéramos a la primera celeste madrugada cósmica. El gallo llena, explica a lo largo del mundo y, así, a lo largo de su obra. Puede estar en otro sitio, ser de otro siglo. Podemos asistir a un canto sin gallo, canto puro, cortante, en el alba de la tierra. A él a quién le quedó un gallo por oír, entre “música de gallo”, en coito con muerte y espuelas, lo imaginamos, bien plantado, “recolectando aquí y allá de la intemperie / granos azules caídos de los astros.

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