martes, 9 de junio de 2009

A la luz de Eugenio Montejo

Pablo Mora


In memóriam:
Eugenio Montejo



No vio a Manoa ni halló sus torres en el aire, ningún indicio de sus piedras. Nada vió parecido a Manoa ni a su leyenda. Anduvo absorto detrás del arco iris que se curva hacia el sur y no se alcanza. Toda mujer que amamos se vuelve Manoa sin darnos cuenta. Manoa no es un lugar sino un sentimiento. Manoa es la otra luz del horizonte, quien sueña puede divisarla, va en camino, pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
En los llanos estuvo, tierra adentro, hacia el alba de soles salvajes, donde la única montaña es uno mismo o su caballo. Donde la vida nos madruga y hay que salir a galopar hasta alcanzarla, aunque su rastro se pierda en lejanías y crucemos a veces sin verla, o quedé atrás, fija en el vuelo de lentos gavilanes. Nada trajo consigo (quien va a los llanos sabe que no puede traerse nada que sobreviva en las ciudades) salvo sensaciones, asombros, poesía y la mirada recta de los hombres, la mirada natal de aquellos horizontes cortados a navaja.
Sus mayores le dieron la voz verde y el límpido silencio que se esparce allá en los pastos del lago Tacarigua. Ellos van a caballo por las haciendas. El es el horizonte de ese paisaje donde se encaminan. Oye los sones de sus roncas guitarras cuando cruzan el polvo y recorren su sangre a través de un amargo perfume de jobos. Bajo su sangre se ven unos a otros tan nítidos que puede contemplarlos. Y si habla solo, son ellos quienes hablan en las gavillas de sus cañamelares. El es el muro tenso donde está fija su hilera de retratos. Sus mayores van y vienen por su cuerpo, son un aire sin aire que sopla del lago, un galope de sombras que desciende y se borra en lejanas sementeras. Por donde va lleva la forma del vacío que los reúne en otro espacio, en otro tiempo. El es el campo donde están enterrados.
Me dejaron solo a la puerta del mundo, poeta expósito cantándome a mí mismo, un día de otoño, hace ya mucho tiempo. De un golpe seco me arrancaron a la nada, tronchado de raíz, con dos ojos abiertos y un grito, el hondo grito de quien soñó ser pájaro y no trajo las alas para el vuelo. Se fue rodeando del misterio terrestre donde aún no sabe si vive o sueña. No adivina su origen, su futuro, aunque por sangre es fiel a las palabras y puede jurar que cuanto escribe proviene como él de algo muy lejos. Poeta expósito, errando a la intemperie, su único padre es el deseo Y su madre la angustia del huérfano en la tierra.
Ya yo fui Eugenio Montejo, poeta sin río con un nombre sin equis, atormentado transeúnte en esta ciudad llena de autos. El silencio de las cosas azules que se desprenden en esferas nítidas tomó el lugar de mis palabras. Ya dibujé todas las nubes de mi espejo en un mapa de muerte y deseo, tuve dos, tres amores, amé la noche de sus cuerpos, oscureciéndome en cada mujer, detrás del sueño inalcanzable de sus astros. Ya yo fui Eugenio Montejo, el falso mago de bosques invisibles que convertía en vocales verdes la densa luz de mis árboles amigos. Volveré a serlo un día, alguna vez, quién sabe… Ahora deambulo contemplando las piedras que se amontonan en altos edificios zambullido en su atónito paisaje. ¡Qué más da! Los muros nos tapian el mundo y el viento corre ya tan lejos que cada palabra en esta hora es sólo un roto papagayo esperando un milagro final para elevarse.
Estar aquí por años en la tierra,/ con las nubes que llegan con los pájaros,/ suspensos de horas frágiles. / A bordo, casi a la deriva,/ más cerca de Saturno, más lejanos,/ mientras el sol da vuelta y nos arrastra/ y la sangre recorre su profundo universo/ más sagrado que todos los astros.// Estar aquí en la tierra: no más lejos/ que un árbol, no más inexplicables,/ livianos en otoño, henchidos en verano,/ con lo que somos o no somos, con la sombra,/ la memoria, el deseo, hasta el fin/ (si hay un fin) voz a voz,/ casa por casa,/ sea quien lleve la tierra, si la llevan,/ o quien la espere, si la aguardan,/ partiendo juntos cada vez el pan/ en dos, en tres, en cuatro,/ sin olvidar las sobras de la hormiga/ que siempre viaja de remotas estrellas/ para estar a la hora de nuestra cena/ aunque las migas sean amargas.

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